miércoles, 27 de septiembre de 2017

Tan distintos y al mismo tiempo tan semejantes


Vuelvo a tener el honor de contar como invitado, en este blog, a Pablo Gómez Godoy. Hago suyas sus interesantes reflexiones sobre la actualidad política que nos toca vivir, y sufrir. 




Tan distintos y al mismo tiempo tan semejantes

En un momento en que nuestro país zozobra y los cuerpos de los cementerios ideológicos se levantan para pasear por el mundo de los vivos, cada vez es más difícil obtener referencias sólidas que nos guíen en este escenario político que de tan líquido parece escurrírsenos entre las manos. Como un cuadro de Dalí, pero carente de su belleza artística.

Los surrealistas hoy se sentirían cómodos. Un mundo polarizado sin remedio, conflictivo por naturaleza, irreconciliable en su definición, poliédrico en sus interpretaciones, contrario a los consensos, testosterónico en ofensas y sibilino en manipulaciones. 

Estando así del revés nuestro escenario, bien haríamos en modificar nuestra lente analítica para hacerla acorde a esta alterada realidad. Clasificar a los partidos políticos en torno a sus diferencias está demodé. Quizás un método epistemológico más adecuado sea, no fijarnos en las innumerables diferencias que justifican tener entre ellos, y en cambio prestar más atención al particular hilo rojo invisible que los une a todos. Dicho hilo es hoy la férrea voluntad y el cada vez menos íntimo deseo de quebrantar el principio democrático de la separación de poderes.

¿Qué es real y qué no en este mundo de espejos y sombras? Sin lugar a dudas, el poder. Decía Montesquieu: "Es una experiencia eterna que todo hombre que tiene poder siente inclinación a abusar de él, yendo hasta donde encuentra límites".

Poco nuevo se puede decir de la aversión que tiene el Partido Popular a un sistema judicial independiente. Las sospechas, dudas razonables y elucubraciones subjetivas se convierten en sólidas evidencias cuando uno observa al partido de Mariano Rajoy utilizar de una manera tan clara a la Fiscalía Anticorrupción como herramienta para perpetuarse en el poder y proteger a los suyos. Los sucesos en torno a la figura de Manuel Moix sin duda forman parte de uno de los capítulos más preocupantes en cuanto a daño sufrido por nuestras instituciones, especialmente a su credibilidad. Credibilidad, un concepto abstracto y etéreo, al mismo tiempo que fundamental para un Gobierno que aspire a contar con el apoyo de sus ciudadanos a la hora de hacer frente a retos de enorme magnitud y sensibilidad (por ejemplo, el ilegal proceso independentista).

Desde el otro extremo del polo ideológico, el movidito verano que ha afrontado Podemos nos recuerda la transversalidad de ese recurso político ya mítico que es la agosticidad. Nada mejor que un tórrido mes inhábil para poner membrete a las medidas más controvertidas que guardaba uno, dubitativo, en el cajón. Summer is coming en forma de nuevos Estatutos, registrados en el Ministerio de Interior a pesar de existir abierta una denuncia contra esos mismos Estatutos por parte de la Comisión de Garantías interna, al entender que su desarrollo se extralimitaba de lo votado previamente por las bases en Vistalegre II. Olga Jiménez, presidenta de dicha Comisión, expedientada ipso facto por la nomenklatura, se ha convertido en la Juana de Arco de la estepa morada, mirando de soslayo como preparan la yesca de su hoguera por el único crimen de haber cumplido la voluntad de la Razón y el Ser Supremo.

En otras latitudes, allí en la Arcadia catalana, esa a la que la CUP ha prometido barrer de curas, reyes, banqueros, políticos de derechas, toreros y corruptos, vemos como los pilares de su futuro Estat Nacional también planean estar asentados sobre el fangoso suelo de la débil independencia judicial. La Ley de Transitoriedad Jurídica, comentada en sus aspectos referentes al Poder Judicial por Xavier Arbós, revela una concepción de los hipotéticos órganos de la judicatura catalana diseñados por el Govern aún más políticamente controlados de lo que han estado en la España bipartidista.

Tan distintos, y al mismo tiempo tan semejantes.

Pablo Gómez Godoy
17/09/2017

lunes, 11 de septiembre de 2017

POBRES CATALANES: entre lo malo y lo pésimo



Los independentistas porque desde el gobierno español se les niega el derecho democrático de decidir sobre su futuro. Pero “estos” independentistas les plantean un referéndum sin apoyo político mayoritario real en Cataluña, sin base legal ni garantías democráticas para su celebración y, lo que es peor, con un completo desconocimiento de lo que serán los demás días de su vida desde el 2 de octubre: El estado español no lo reconocerá porque no es un referéndum fundamentado en derecho, no ya en la constitución, sino ni siquiera en su propio estatuto. La ONU no les reconocerá porque no cumplen con las premisas para ser reconocido como estado soberano y, por supuesto, tampoco la Unión  Europea lo hará…  una chapuza.

Los catalanes no independentistas, o al menos no de esta forma, porque se les ataca, y cada vez como más violencia, como “menos catalanes”.

Los que viven fuera de Cataluña, porque ni siquiera cuentan con ellos, ni unos ni los otros.

Hubiese sido fácil para el gobierno central el haber cedido para la celebración de un referendum con tiempo para que se pusiesen encima de la mesa las consecuencias de manera clara… pero eso no les interesa ni a unos ni a los otros. No nos engañemos. Que no nos engañen: el gobierno de Rajoy se marcará un tanto como próceres del mantenimiento de la integridad patria y obtendrá su rédito de votos. Y estos independentistas obtendrán su rédito por luchadores por la otra patria…  en definitivas cuentas, todos los catalanes están siendo utilizados como moneda de cambio para conseguir futuros votos unos y otros de cara a las próximas elecciones

Yo, personalmente, creo que cualquier territorio tiene el derecho a decidir sobre su futuro político. Y, dentro del desarrollo de ese derecho, lo tienen exclusivamente las personas de ese territorio, no los demás: en Escocia votaron escoceses sobre su independencia. Para el Brexit, decidieron británicos. En el primer caso, no se les preguntó a ingleses, galeses o irlandeses… y en la otra, a mí no me preguntaron tampoco, y no me ofendí. Pero, por otra parte, no creo, ni quiero, la independencia de Cataluña: tenemos muchísimas cosas en común, muchas más de las que nos diferencian. Creo en un proyecto de España y de Europa de las personas alejando fronteras y uniendo a las personas que entendemos la vida y la sociedad de una manera de Justicia Social, de derechos y libertades, de sostenibilidad y feminismo, pero eso no se alcanza en un día, ni con una legislatura, y mucho menos se conseguirá si nunca se empieza, de verdad, desde las instituciones y, en la independencia de Cataluña, este no es el debate... mal pie.

Eso sí, para cualquier referéndum, debería quedar claro cuales son las implicaciones y consecuencias de esa decisión colectiva, cosa que, obviamente se han alejado del debate político, por mucho que el más claro haya sido Josep Borrell de manera insistente. Posiblemente dejarán de ser españoles y seguramente miembros de la Unión Europea, con todo lo que implica. La deuda del Estado español es de todo el estado, incluido Cataluña, por lo que deberán hacerse cargo de su parte. ¿Es lo que quieren las personas que van a votar por la independencia?

Puestos a poner encima de la mesa, además de “qué” pasará desde el día después, se debe analizar el “porqué”. Ante un proyecto de España que hace agua por la corrupción y falta de proyecto sociopolítico decente, en Cataluña lleva 40 años machacando con un “España nos roba”… y eso es falso y, lo que es peor, esconde una xenofobia muy dañina para que sea “el nacimiento de una nación”. ¿Te roban los gallegos?, ¿los vascos?... no. La especial inquina de los políticos catalanes es contra Andalucía: pandilla de vagos maleducados y mantenidos con políticas sociales con el dinero de los catalanes trabajadores… ufff. Aparte de la paradoja que sean los propios hijos de los inmigrantes andaluces los más cativos en la independencia, está el hecho que Cataluña no es la excepción de lo peor de España: el escándalo del Liceo, de Caixa Cataluña, del dinero de los Pujol… todo ello indica que España no te ha robado, que lo han hecho, al igual que en el resto de España, tus propios vecinos. Los mismos políticos corruptos que ahora quieren una Catalunya lliure: mal comienzo para un proyecto de país.


Lo ético, lo sensato es decir “esta mierda no va conmigo”, seas independentista o no, y no ir a votar. Algo parecido a lo que ha expresado Javier Sardá.