Vuelvo a tener el honor de contar como invitado, en este blog, a Pablo Gómez Godoy. Hago suyas sus interesantes reflexiones sobre la actualidad política que nos toca vivir, y sufrir.
Tan
distintos y al mismo tiempo tan semejantes
En un momento en que nuestro país zozobra y
los cuerpos de los cementerios ideológicos se levantan para pasear por el mundo
de los vivos, cada vez es más difícil obtener referencias sólidas que nos guíen
en este escenario político que de tan líquido parece escurrírsenos entre las
manos. Como un cuadro de Dalí, pero carente de su belleza artística.
Los surrealistas hoy se sentirían cómodos. Un
mundo polarizado sin remedio, conflictivo por naturaleza, irreconciliable en su
definición, poliédrico en sus interpretaciones, contrario a los consensos,
testosterónico en ofensas y sibilino en manipulaciones.
Estando así del revés nuestro escenario, bien
haríamos en modificar nuestra lente analítica para hacerla acorde a esta
alterada realidad. Clasificar a los partidos políticos en torno a sus
diferencias está demodé. Quizás un
método epistemológico más adecuado sea, no fijarnos en las innumerables
diferencias que justifican tener entre ellos, y en cambio prestar más atención
al particular hilo rojo invisible que
los une a todos. Dicho hilo es hoy la
férrea voluntad y el cada vez menos íntimo deseo de quebrantar el principio
democrático de la separación de poderes.
¿Qué es real y qué no en este mundo de espejos
y sombras? Sin lugar a dudas, el poder. Decía Montesquieu: "Es una experiencia eterna que todo hombre que tiene poder siente
inclinación a abusar de él, yendo
hasta donde encuentra límites".
Poco nuevo se puede decir de la aversión que
tiene el Partido Popular a un sistema judicial independiente. Las sospechas,
dudas razonables y elucubraciones subjetivas se convierten en sólidas
evidencias cuando uno observa al partido de Mariano Rajoy utilizar de una
manera tan clara a la Fiscalía Anticorrupción como herramienta para perpetuarse
en el poder y proteger a los suyos. Los sucesos en torno a la figura de Manuel
Moix sin duda forman parte de uno de los capítulos más preocupantes en cuanto a
daño sufrido por nuestras instituciones, especialmente a su credibilidad.
Credibilidad, un concepto abstracto y etéreo, al mismo tiempo que fundamental
para un Gobierno que aspire a contar con el apoyo de sus ciudadanos a la hora
de hacer frente a retos de enorme magnitud y sensibilidad (por ejemplo, el
ilegal proceso independentista).
Desde el otro extremo del polo ideológico, el
movidito verano que ha afrontado Podemos nos recuerda la transversalidad de ese
recurso político ya mítico que es la agosticidad.
Nada mejor que un tórrido mes inhábil para poner membrete a las medidas más
controvertidas que guardaba uno, dubitativo, en el cajón. Summer is coming en forma de nuevos Estatutos, registrados en el
Ministerio de Interior a pesar de existir abierta una denuncia contra esos
mismos Estatutos por parte de la Comisión de Garantías interna, al entender que
su desarrollo se extralimitaba de lo votado previamente por las bases en
Vistalegre II. Olga Jiménez, presidenta de dicha Comisión, expedientada ipso facto por la nomenklatura, se ha convertido en la Juana de Arco de la estepa
morada, mirando de soslayo como preparan la yesca de su hoguera por el único
crimen de haber cumplido la voluntad de la Razón y el Ser Supremo.
En otras latitudes, allí en la Arcadia
catalana, esa a la que la CUP ha prometido barrer de curas, reyes, banqueros,
políticos de derechas, toreros y corruptos, vemos como los pilares de su futuro
Estat Nacional también planean estar
asentados sobre el fangoso suelo de la débil
independencia judicial. La Ley de Transitoriedad Jurídica, comentada en sus
aspectos referentes al Poder Judicial por Xavier
Arbós, revela una concepción de los hipotéticos órganos de la judicatura
catalana diseñados por el Govern aún más políticamente controlados de lo que
han estado en la España bipartidista.
Tan distintos, y al mismo tiempo tan
semejantes.
Pablo Gómez Godoy
17/09/2017